Pagar mis deudas. Una visita a Cáritas.


caritas webHa pasado un año desde la publicación de «Deudas del frío» y apenas falta una semana para que «Te veré esta noche» llegue a las librerías. Y a estas alturas, debo confesar que todavía tengo una gran deuda que saldar. Hoy es el día.
Quien me conoce sabe que doy una gran importancia a la fase de documentación antes de sentarme a escribir. Para «Deudas del frío» consulté con la policía, con economistas, leí libros sobre finanzas… Pero hay algo que no hice: visitar un comedor social ni un albergue para transeúntes. Me daba pudir, vergüenza. ¿Quién soy yo para «mirar» cómo viven los que no tienen nada? Eso no es una feria… Así que me lo inventé, lo que no está mal, porque al final la novela es ficción, pero no era del todo real.
Unas semanas después de la publicación del libro se puso en contacto conmigo Iñaki Rey, responsable de Cáritas en Pamplona y Tudela, precisamente el comedor que aparece en mis páginas, y, muy divertido por lo que yo había escrito, me invitó a visitar el comedor de Burlada, muy cerca de Pamplona. Le dije que no era necesario. El pudor… Pero me convenció.
Y fui.
Y comí con los que no tienen nada.
Y hablé con las voluntarias que trabajan allí.
Y escuché sus historias.
Y me quedé sin palabras.
Acerté en parte en lo que describí en mis páginas, pero erré en el ambiente, en la voluntad, en las sonrisas, en la perfecta organización, en la determinación de que todo el mundo se sienta cómodo y bienvenido.
Familias con niños; hombres solos, bien vestidos o ataviados con ropa ajada y pasada de moda; unas cuantas mujeres también solas, las menos y casi todas africanas, que se reunían en la misma mesa y charlaban de sus cosas en voz alta en una lengua ininteligible…
Iñaki me iba contado las pequeñas historias de cada uno, quiénes eran y por qué estaban allí. Había comensales que llevaban varios años acudiendo a diario, y otros que eran casi unos recién llegados. Las madres se llevaban la comida a casa y hablaban de sus hijos con las voluntarias mientras les llenaban los tápers. Algunos hombres mostraban un documento que les acreditaba como asistentes a los talleres ocupacionales que la propia Cáritas organiza e imparte, y unos cuantos recogían una bolsa con la comida en envases de plástico para poder comérsela más adelante. Era Ramadán y aquí, como todo, el respeto es lo primero.
Creo que así queda zanjada la deuda que adquirí hace casi un año, cuando me invitaron a comer arroz con tomate, pescado y un yogur.
No sólo yo. Toda la sociedad tiene una deuda inmensa con estas personas que ayudan a quienes no tienen nada y lo hacen desinteresadamente, con una sonrisa en la cara y el deseo de que ese sea el último día que les ven, porque hayan logrado salir adelante por sí mismos.
No es fácil estar allí, no es fácil vivir de la caridad, pero si quien te la sirve se siente tu igual, las cosas son mucho más sencillas.
Gracias.

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