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Relatos, cuentos, pensamientos difusos, artículos periodísticos… Mi mente nunca descansa, para bien o para mal, y este blog, que más bien debería llamarse cajón de sastre por la variedad de su contenido, me va a servir para compartir con vosotros esas ideas que cruzan por mi cabeza. Iremos poco a poco, y espero vuestros comentarios.
¡Empezamos!
No tenía ni idea de cómo había llegado a esa situación, pero ahí estaba, en el salón de su casa, sentado en cuclillas sobre una gruesa alfombra enrollada en el suelo. Dentro de la alfombra estaba Borja, un petimetre mal nacido que llevaba semanas sacándole de sus casillas. El muy idiota no sabía con quién se la estaba jugando. Una risa socarrona más, un nuevo desplante, una burla, una sarta de insultos mientras preparaban la cena. Se reía incluso de su propio nombre.
Un juego macabro
El primero en morir fue Sam Connors. Nadie podía creerse semejante noticia. Sam era un joven inteligente y agradable, muy atractivo, un atleta laureado a punto de entrar en la universidad.
Un inmortal por definición.Lo encontraron atado a un árbol, desnudo y asaeteado como un venado en una cacería medieval. Sí, asaeteado.
Requiescat in pace
Flora pasó una vez más por delante de la puerta del velatorio, abierta de par en par. Todo seguía igual que la última vez que hizo ese mismo recorrido en sentido inverso. Una sola persona, un hombre ya mayor cubierto con un abrigo que había conocido tiempos mejores, contemplaba, solo y en silencio, el féretro colocado sobre la tarima.
Sólo un trabajo
Las paredes estaban empapadas de sudor y sangre. Brillantes surcos de baho condensado serpenteaban entre los goterones rojos, a veces grumos pegajosos, que habían llegado hasta las baldosas desde la boca del prisionero.
No asomes la cabeza
Se lo dije desde el principio. Expuse mis condiciones con franqueza, sin tapujos, hablando claro en todo momento. Ellos me miraban y asentían, pero en el fondo sabía que no me estaban escuchando. Podía verles mirar de reojo a los móviles que descansaban, falsamente ignorados, sobre la isla de mármol de la cocina. Sonreían y asentían, pero no oyeron ni una sola de mis palabras.
La puerta del infierno
El inspector paseó la mirada de una mujer a otra. Una era alta, rubia, voluptuosa, de boca grande y pechos poderosos, de esos capaces de dejar embobado a un hombre y hacerle babear con la sola insinuación de permitirle rozarlos. La otra, más menuda, más delgada, menos exuberante, pero con la misma carga erótica que la primera.
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